martes, 9 de junio de 2015

¡No me conformo!

Imagínate que un día en tu trabajo te obligan a asistir a un curso sobre iniciación a la informática, cuando tú ya sabes utilizar el ordenador e incluso programar en varios lenguajes. Vas al curso y te aburres mucho, pero te lo tomas con paciencia e intentas disimular, para no quedar mal con tu jefe. Cuando termina, te vuelven a apuntar otra vez, y de nuevo escuchas las mismas lecciones, que ya te sabes. Y cuando ya crees que ha terminado todo, tu jefe te dice que tienes que seguir asistiendo a ese mismo curso durante tres o cuatro meses. ¿Qué te parecería? ¿Sería positivo para ti ir semana tras semana a un curso sobre un tema que ya dominas?

Pues eso es lo que le sucede a nuestro hijo de 3 años, y a muchos otros que, como él, tienen altas capacidades. Se pasó el primer trimestre estudiando el nº 1 y el color rojo, cuando él ya contaba hasta 30 y se sabía todos los colores desde los 18 meses. Y lo mismo con conceptos como “arriba”, “abajo”, “dentro” o “fuera”, que ya conocía perfectamente. El segundo trimestre le tocó el amarillo, el verde, y el nº 2, y el tercer trimestre consiguieron llegar al número 3 y ver el resto de colores básicos. Me pregunto, ¿cómo se habrá sentido nuestro hijo todo este curso? Según el colegio, el niño está perfectamente integrado, “no pide más” ni destaca ni muestra aburrimiento. ¿Acaso se espera que con 3 años se atreva a decirle a su profesor que quiere aprender más cosas? ¿Acaso si le piden que escriba el número 1 no lo va a hacer? Por supuesto que lo hará, pero es que nadie le ha pedido que cuente 25 pinturas o que mezcle los colores adecuados para que salga el naranja. Nadie le ofrece aprender el sistema digestivo o cómo funciona el oído… Nadie le explica lo que él desea saber porque tras 10 meses de curso aún no se atreve a hacer preguntas a su profesor, porque, según palabras textuales suyas, “le da vergüenza”. ¿Tendrá confianza para hacerlo el próximo curso? ¿Y el siguiente? ¿Tal vez cuando llegue a Primaria o a la ESO?

No me conformo con esperar a que mi hijo “florezca”. No me conformo con cerrar los ojos ni confiar en que en el futuro no habrá problemas. Nos indican que tenemos que esperar a que el tutor derive a nuestro hijo al orientador cuando "pida más", presente comportamientos disruptivos, desinterés o desmotivación por el colegio, fracaso escolar, etc para entonces tomar medidas. Y mientras tanto, no se hará absolutamente nada. Éste es el resumen de los últimos tres meses, tras la detección de su sobredotación intelectual en un centro privado especializado en altas capacidades. ¿Para qué sirve entonces la detección temprana? ¿No se dice siempre que en la vida es mucho mejor prevenir? ¿Y dónde dice la ley que el niño debe brillar en la oscuridad o comportarse mal para que atiendan sus altas capacidades?

Y cuando el pequeño comience a portarse mal, a suspender asignaturas, a desmotivarse o a rebelarse, entonces nos dirán que no le estamos educando bien, que le consentimos demasiado, que no sirve para el estudio, que los tests anteriormente realizados están obsoletos y el niño ya no tiene altas capacidades, que es hiperactivo… Muchas posibles respuestas con las que intentarán que la culpa recaiga sobre niño y sus padres. Pues bien, como padres, considero que lo mejor que podemos enseñarle a nuestro hijo es a luchar por lo que merezca, a defender sus derechos, a sujetar fuerte el timón, tener claro el objetivo y no rendirse a la tormenta. Y qué mejor manera de que aprenda a hacerlo, que siendo nosotros ejemplo de cómo tomar las riendas.

Cuando un niño es pequeño, aún no tiene las herramientas para defenderse en la vida, y es tarea de sus padres hacerlo por él. Recuerdo cuando yo era niña y la sobredotación sólo me traía problemas: aburrimiento en clase, acoso escolar, incomprensión por parte de muchos profesores. Eran los años 80 y todo esto de las altas capacidades aún era un mundo extraño… Sin embargo, esas experiencias negativas van a tener un aspecto positivo ahora en el siglo XXI, pues me servirán para allanar el camino a mi hijo, para ir siempre un paso por delante de él y anticiparme a los posibles problemas. Así que, aquí estamos mi marido y yo, dispuestos a derribar cuantos muros sean necesario para que al niño se le dé la atención que necesita. No pedimos favores, sólo que se cumpla la ley. Y os animamos al resto de padres en situación similar a que luchéis por vuestros hijos, y que no os conforméis con migajas o buenas palabras. Vuestros hijos os necesitan, dependen de vosotros, confían en vosotros.

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